Vuelvo, sin la frente marchita y sin que las nieves del tiemplo plateen mi sien. Y lo hago porque necesito un rinconcito en esta tierra donde volver a poder liberar pensamientos sin ningún tipo de presión. Vuelvo a este blog más viejo, más calvo, más gordo y quizás más maduro. Con problemas del pasado y otros nuevos, pero vuelvo.
¿Cuánto duraré en este experimento? Quién sabe, pero admito que hay algo dentro que me pide revivir este proyecto que, en el fondo, no dejan de ser unas memorias públicas de buena parte de mis años jóvenes. Empecé a escribir Diario de un píxel con apenas 18 años, siendo un Alberto inmaduro y al que la vida no le había puesto todavía en su sitio. Hoy soy otro, pero sigo siendo ese tipo que ama expresarse por escrito.
El tiempo dirá si esto es un órdago o una realidad, pero hay ganas de que sea lo segundo.