Hace dos días hablaba con alguien muy especial de lo jodida y dura que era la vida. Desde entonces, ésta se me ha complicado considerablemente, casi sin quererlo. Llevo 48 horas luchando contra la tristeza, la soledad y los malos pensamientos, algo que ya me pasaba cuando llevaba poco tiempo escribiendo en este blog pero que creí que se acabaría terminando a medida que madurase, pero no. Cada poco tiempo lucho una batalla contra algo que no me deja ser mínimamente feliz. Familia, amor, desamor, soledad, estrés laboral, ansiedad,… puede haber decenas de contrincantes, pero siempre es algo doloroso y que me deja exhausto.
Los males de hoy son iejos conocidos, y pese a eso, pese a que ya los conozco y he vivido sus embistes, siguen siendo dolorosos y me dejan tocado. No te voy a engañar, lector o lectora, no estoy ni cerca de encontrarme bien. Vivo desde hace unas cuantas horas bordeando el llanto, sin ganas de nada. Se me fue el apetito, las ganas de tomar una ducha y lo peor es que no sé qué hacer. Necesito hablar con alguien, pero no puedo o no consigo hacerlo. Me encuentro muy solo en esta batalla y no tengo a nadie a quien acudir. Sólo de escribir esto ha sido suficiente para que dos lágrimas recorran mis mejillas.
Qué dura es la vida, amiga mía, y qué poco nos preparan para saber hacerle frente. Sabemos restar y multiplicar, la historia de la antigua Roma, pero nadie nos ayuda a conocer cómo funciona nuestra mente y nadie nos prepara para estos malos momentos. Es una cabronada ser así, sensible y sin miedo a expresar lo que uno lleva dentro. Es terrible tener que afrontar la vida adulta cuando estás solo, sin que nadie te de un abrazo y te diga «todo saldrá bien».
Escribo estas líneas por desahogo, esperando que con ello pueda coger algo de aire. Para sentir cierta victoria moral en esta batalla en la que estoy metido. Lucho con las pocas fuerzas que ahora tengo para volver a ver el sol, para conseguir de nuevo una sonrisa. Espero conseguirlo pronto.