Hace un tiempo, me di cuenta de lo triste que es perder recuerdos. Fue durante una tarde lluviosa, de ésas en las que no haces nada mas que estar tirado en el sofá, sin hacer nada productivo. Me vi en una situación triste: apenas tengo un puñado de recuerdos de mi infancia. Es como si todo lo más bonito de mi vida hubiese ocurrido en los último 6 o 7 años, y el resto se hubiese ido al fondo de un pozo oscuro. Algo parecido a lo que nos enseñó Inside Out.
Por ejemplo, recuerdo un regalo de mi padre. Le dije que el papá de un amigo de vez en cuando le daba sorpresas, y que él nunca tenía esos detalles conmigo. Al día siguiente, mi padre se presentó a la hora de comer con una figura de D’artacan y su caballo. Unas figuritas de goma que seguramente sigan estando por esta casa. Un gesto que se ha guardado en mi cabeza para siempre. Tengo algunos recuerdos de las maravillosas tardes de verano de mi época colegial. Esas tardes de junio, en las que aun tenías contacto con la gente de tu clase y acababas en la plaza o el parque de tu barrio. Horas y horas jugando a bancos con un balón feo y desgastado. Partidos de fútbol que sólo se paraban para ir corriendo a la tienda de chuches y dejarte las 25 o 50 pesetas que te había dado tu madre.
Pero el mayor reto, el que me supuso un buen rato de esfuerzo mental, fue el de recuperar mi primer recuerdo. ¿Hasta dónde podía llegar mi mente? y creo que el primero de todos me lleva hasta los 3 años. Recuerdo que mis padres estaban en la cocina, supongo que cocinando. Mi madre era buena cocinera, pero mi padre siempre ha disfrutado en ese entorno. Bueno, pues recuerdo estar correteando con un triciclo por el pasillo de mi casa y pararme frente a la puerta de la cocina. Y mis padres me comentaron que debía ir a la ikastola (la escuela en euskera).
Aquel detalle tan simple y común, aquella situación normal y corriente es hoy el primer recuerdo que tengo. Después llegaron otros como los de mi primera excursión, el mejor gol que metí en el patio del colegio, mis primeras tardes de sábado en la pubertad, mis primeros mensajes de amor con aquella chica alta y delgada a los 16 años,… y tiré y tiré del hilo hasta llegar a la actualidad.
Siempre he querido cuidar de los recuerdos. No porque quiera vivir del pasado, sino porque quiero tenerlos como testigos de mi presente. Como un pequeño relato que dejo para mi madurez y para quienes me acompañen en ella. Algún día os explicaré por qué siempre he querido guardar en este blog o en cualquier otro formato mis recuerdos más importantes, pero ésa será sin duda otra historia. Hoy quise compartir mi primer recuerdo. ¿Y tú, te animas a compartir el tuyo conmigo? soy todo oídos (y ojos).