Hace tiempo que no recibo una visita. De ahí que la de esta tarde, aunque atípica, me ha resultado muy agradable. Eran las cuatro de la tarde. Aunque la mañana había arrancado algo fría, el termómetro había ido subiendo hasta llegar a unos 18 o 19 grados. Sin ser desagradable, el sol ya picaba. En días como éste, me gusta abrir la ventana del salón o de mi habitación y observar las vistas del patio trasero. Vivo en un primero, con una terraza amplia que da a un gran patio interior.
A veces, me siento en el poyete de la ventana y sencillamente me quedo ahí sin decir nada, viendo la vida pasar sin ningún tipo de presión. Justo iba a sentarme cuando me he topado con una visita. Casi en el borde de la terraza, junto a una camiseta que se voló de algún tendedero, había una lagartija. Sencilla, común, estaba quieta mientras el sol calentaba su lomo. Me quedé un rato absorto, observando sus movimientos. La seguí con los ojos mientras se paseaba por mi terraza. Justo cuando llegó a la pared, tanto ella como yo nos llevamos una sorpresa. Había otra lagartija pegada a la pared. Ambas se observaron durante un rato hasta que el paso en falso de una asustó a la otra.
Miré el reloj y vi que llevaba un buen rato perdido observando aquel par de reptiles. Cerré la ventana y me fui a fregar los cacharros de la cocina. Mientras lo hacía, me imaginé que aquel par de lagartijas se habían hecho amigas. Que una se llamaba Encarna y la otra Clotilde. Ambas vieron que se había quedado una tarde de paseo y decidieron darse un garbeo por ahí. Sencillamente, mi terraza les pillaba de paso y allí se encontraron.
Luego me dije, a lo mejor ya se conocían. A lo mejor, Encarna y Clotilde son amigas desde los tiempos del colegio. Lo mismo llevaban mucho tiempo sin verse, así que una le mandó un wuasá a la otra y quedaron a mitad de camino. Porque no estoy muy seguro, pero creo que Clotilde vive dos o tres portales más allá, justo en una pequeña raja que hay en la pared de un garaje. Quizás se iban a echar un café y al final no lo echaron porque tenían a un mirón de metro ochenta y uno delante. Y francamente, a mí me daría cierto respeto tomar un café delante de un gigante. Cuando acabé de fregar, volví a la ventana de mi habitación. Eché un vistazo y allí seguían. Encarna y Clotilde estaban juntas, quietas en la sombra. Decidí no molestar, que disfrutasen de su presencia.
Decidí hacer como esa pareja de lagartijas. La tarde se había quedado preciosa y llevaba días sin hacer una sola foto. Cogí mi cámara y me di una vuelta. Un par de horas después, volví a casa con un puñado de fotos y una preciosa pluma amarilla. Como era de esperar fui a mirar si mis visitantes se habían ido. No había rastro de ellas. Espero que disfrutasen de su tarde tanto como yo.
Cosas de vivir solo. Tienes muchas horas en silencio, lo que hace que tu cabeza juegue con la imaginación. Hoy, esta película que me he montado me ha animado la tarde.