Si mañana aterrizase en Japón, una de las primeras cosas que me gustaría hacer sería visitar un supermercado. Y haría lo mismo en Londres, Ciudad del Cabo o Buenos Aires. Me encanta visitar este tipo de establecimientos cuando viajo fuera de mi país. Llamadme raro, pero sé que no soy el único.
La primera vez que viajé al extranjero fue hace cosa de 5 años. Me apetecía conocer la esencia pura de los Estados Unidos, y sentía mucha curiosidad por descubrir cómo eran sus supermercados. Recuerdo estar pasando el día en Sausalito y entrar a uno. Un par de años más tarde, volví a Estados Unidos y pude visitar un Walmart, sin duda el buque insignia de los hipermercados del país.
En aquellas dos visitas, pude detectar muchos detalles característicos de la sociedad norteamericana. Hábitos muy llamativos, como la falta de pescado o alimentos frescos o su pasión por crear refrescos de casi cualquier sabor. Comprobé que su patriotismo llega a límites insospechados. Vi de cerca sus aficiones, me chocó pasear por la sección de farmacia como si nada.
Hace dos años, visité Polonia, y pude realizar alguna visita a uno de sus supermercados. Y también saqué alguna que otra conclusión. Y lo mismo puedo decir de los supermercados berlineses o hasta malteños. Aunque os parezca una chorrada, aprendes mucho visitando una tienda como esa. Descubres sus hábitos alimenticios, sus gustos por el alcohol y hasta el peso que tiene éste en su cultura. Y más allá de todo esto, las visitas a los supermercados abren mi lado más curioso. Me apetece descubrir nuevas marcas, o encontrarme con caras de famosos en productos totalmente desconocidos.
Hoy me di cuenta del tiempo que llevo sin poder viajar. Echo de menos hacer turismo y dejarme los ojos en el visor de la cámara, pero también echo de menos conocer nuevos supermercados. Creo que hoy me iré a dormir preguntándome cuál será el siguiente súper exótico que visite. Hagan apuestas.