Prometí no volver a enamorarme locamente de nadie, pero llegaste tú e hiciste que me comiera las palabras. Lo cierto es que el que llegó a tu vida fui yo. Sin aviso, me presenté frente a ti y me dije “veamos qué embrujo se gasta esta preciosidad”.
Te conocí siendo un crío inmaduro. No supe apreciar tu belleza, tu presencia y tu actitud. No disfruté de tu forma de ser y me volví sin ni siquiera decirte adiós. Pero sin darme cuenta, plantaste una semilla en mi corazón. Una semilla a la que le ha costado brotar, pero que al hacerlo, lanzó un mensaje: “vuelve a ella y mírala a los ojos”.
Y una década más tarde, mis ojos volvieron a verte. Y no sé si fue la madurez o que, pero ya no eras la misma. Seguías igual, pero mis ojos supieron ver tu belleza. Donde ayer había arrugas o imperfecciones, hoy hay madurez y belleza profunda. Pese a los 35 grados que marcaba el mercurio, estabas preciosa, inmaculada, linda como siempre. Llena de historia pero con un espíritu que rezuma juventud. Atrapas desde el primer minuto y no te dejas seducir, más bien eres tú quien lleva la iniciativa. Mi cuerpo me pide perderme por cada uno de tus rincones, a cada cual más bonito y seductor. Así eres tú, preciosa Granada, una ciudad que me ha vuelto al camino del amor.
Admito que en apenas 72 horas, Granada se ha convertido en una de mis ciudades favoritas. En mi primera visita apenas tuve tiempo para conocer la Alhambra y dos o tres rincones básicos del centro. Esta vez pude perderme por sus calles, disfrutar de sus paseos, subir al mirador de San Nicolás y mirar de tú a tú a la Alhambra o pararme delante de los Reyes Católicos. Me enamoré de su espíritu artístico y bohemio, de la Carrera del Darro y de sus fuentes. Y me quedé con ganas de ver sus carmenes o el Sacromonte, pero no me importó lo más mínimo. Nada más salir de Granada me prometí volver. Y me repito esta promesa cada semana desde aquel día de mediados de agosto.
Sentado frente a la fuente de las Batallas me prometí que dedicaría unas líneas a Granada. Exáctamente un mes después, cumplo con mi palabra. Te echo de menos, Granada.