Esta tarde, salí a dar una vuelta por el centro comercial. Después de ver la camiseta que no compré, decidí que era buena idea comprar un par de cosas que necesitaba para mi rutina diaria. El tipo de cosas como son los paquetes de papel higiénico o un litro de aceite. Como era pronto, y me apetecía hacer ejercicio, decidí obviar el hipermercado y acercarme a un súper algo más alejado, así tendría una caminata más larga. Allí hice esas compras y algunas más que no estaban previstas, como unos cacahuetes fritos (mi perdición) y un poco de pan de molde.
En ese momento, recordé que mi tostador de pan es una ruina. Es el clásico con forma de parrilla, sin automatismo alguno. Debo de estar pendiente para que no se queme el pan. Si añades que el pobre está ya algo viejo y que un tostador simple y sencillo no es nada caro, decido que es hora de comprar uno. Nada de lujos, el más barato de la tienda. Total, que del súper vuelvo al centro comercial y acabo en esas mega tiendas rojas, auténticos monumentos del gasto.
Entro en esa tienda y paso por todas las secciones que me gustan sin hacerles caso. ¿Para qué mirar la sección de cámaras si no puedo comprarme una? tampoco me apetece jugar a ningún videojuego. Ni miro a los discos ni al resto de tecnología y voy directamente al pasillo de los tostadores. Me encuentro uno por apenas 15 euros. Hace dos tostadas simultáneamente. “¿Para qué necesito más?” pienso. Cojo la pequeña caja del aparato y de repente, por arte de magia, mi cabeza me devuelve una frase lapidaria: te has hecho mayor.
Me choca, porque no sé cómo mi cerebro, que es parte de mí, ha fabricado a mis espaldas esa afirmación tan categóricamente. Y me prestaba a responderle que no, pero en el fondo, me voy dando cuenta de que, a lo mejor, tiene razón. Ya estoy más cerca de los 31 que de los 30, vivo solo y en mi día a día, los pequeños detalles de la vida juvenil cada vez tienen menos peso o importancia. Ya no necesito salir tanto de fiesta, me sacan una sonrisa con cualquier pequeño detalle y no me muero de ganas de que llegue el verano porque no estaré tres meses mirando el techo sin hacer nada.
Con 20 años, piensas en tu carrera, en tu futuro. Quieres buscar un camino que te lleve a lo que será tu madurez, tu vida, tu futuro. Una década más tarde, ese futuro se presenta en forma de tostador de pan. O peor, en un techo desconchado. ¿Significa esto que es un asco hacerse mayor? ¿Es una mierda ser cada día más viejo? No diría que así es, porque en el fondo, envejecer tiene sus cosas. Está claro que los primeros 20-30 años son mágicos, divertidos, curiosos, asombrosos incluso, pero a esta edad, uno puede sentir lo mismo, si lo busca. Y lo mismo a los 40, 60 u 80 (espero).
Contaba Dalí que hay mucha gente que no llega a los 80 porque intentan quedarse durante mucho tiempo en los 40. No le faltaba razón al genio. Lo importante es disfrutar de cada momento, de cada etapa. Cada una de ellas es irrepetible, y no puedes malgastar la única oportunidad que nos ofrece este invento llamado vida de disfrutarlo. Quizás me di cuenta de que me he convertido en un hombre maduro, pero la verdad, no sirvió para hundirme, sino más bien para recordarme lo importante que es disfrutar de cada instante, experiencia o momento de la vida.
Después de esta experiencia comprando un simple tostador de pan, tengo miedo a que, un día vaya a poner la lavadora y ésta diga que se le acabó sus ganas de trabajar.