El pasado verano fue un tanto especial. Cuando digo especial, quiero decir malo. En agosto toqué fondo, y vi que había cosas que debían cambiar. Necesitaba un revulsivo, y por eso decidí dar el primer paso hacia algo que llevaba años en mi mente: hacerme un tatuaje. No exagero si te digo que llevaba cerca de diez años con ganas de dar ese paso, pero el miedo, la indecisión o vete tú a saber me impedían darlo. Pero a finales del mes de agosto di un golpe en la mesa y dije “a tomar por culo”. Llamé a la gente de Hamahiru 13 Ink, quedé con ellos y varios meses después hicieron realidad mi sueño, tener un píxel de tinta en mi piel.
Más de uno y una me han dicho que es una locura, que no es un tatuaje muy serio (¿?) y que puede que en el futuro me canse de él. Que en realidad soy Alberto y no un tal pixelillo. Sin embargo, cada día que pasa estoy más seguro de haber acertado con mi primer tatuaje. Porque uno no se pone frente a la aguja y se graba la primera mierda cool que le venga a la cabeza. Como lo hablaba con Isi, el alma de Hamahiru 13 Ink, un tatuaje va más allá del dibujo, es un recuerdo imborrable, un sentimiento que se queda marcado para siempre. Todo tatuaje tiene que guardar una buena historia, y mi mascota, Pixelín, creo que la tiene.
Ahora mismo, hay más gente que me conoce por mi nick o por mi avatar que por mi nombre. Y no hablo de conocidos, seguidores o seguidoras y gente así, hablo de amistades, familiares y gente muy cercana. Personas con las que convivo, trabajo o interactúo en mi día a día. Un par de semanas más tarde de pasar por el tatuador, mi primo me hizo llegar una grabación de un concierto. En el post-it ponía “Pixelillo”. Si hasta la gente que me ha visto nacer ya ha adoptado ese mote, ¿Cómo no voy a ser pixelillo?
Aunque mañana desaparezca Twitter y mi blog, los últimos 10 años de mi presencia online, llena de toda clase de vivencias, serán inolvidables. Y sobre todo, será un buen capítulo de mi vida. Este bicho blanco con megáfono por boca es la representación gráfica que siempre me recordará estos años. Años que me hicieron madurar y crecer como persona. Años en los que dejé de ser introvertido. No pareceré un motorista de Hijos de la Anarquía, pero la tinta que hay en mi piel recoge un símbolo de mi juventud.
Y siento más técnicos, os diré que la experiencia de la aguja no fue dolorosa. Y que la gente de Hamahiru 13 Ink son la polla. Hicieron que los minutos que me pasé en la silla de tatuar fuesen hasta agradables. Y sí, es adictivo. Apenas se me ha cicatrizado éste y ya estoy pensando en el siguiente tatuaje. Pero esa será otra historia.