Dicen que la infancia está llena de buenos recuerdos. Por desgracia, en algún momento de mi vida decidí romper cualquier vínculo con este periodo de tiempo. No, mis primeros años de vida no son maravillosos ni llenos de magníficos recuerdos.Posiblemente enterré mi infancia por culpa de mis años escolares. Para mí las palabras escuela, colegio o instituto van ligadas a malos recuerdos. Poco o nada se salva de mi experiencia escolar. Todo por culpa de no ser un niño guapo, por ser diferente, por ser un niño raro.
Siempre he sido un niño con barriga y gafas. Fui el primer niño de la clase en llevarlas. Desde los 3 años con gafotas, algo que me hacía diferente al resto. A medida que crecí, las gafas, el aspecto físico, el ser bueno o malo en los deportes y mil estupideces más hicieron que fuese uno de los niños más acosados de la clase. No ser uno más de un grupo que se basaba en mil aspectos superficiales hizo que me dejasen de un lado, que no fuese bien recibido y lo peor, incluso me agredieran física o psicológicamente.
Esto ocurrió en la escuela (ikastola en mi caso) y en el instituto, donde no tener chica, ser feo o gordo eran handicaps terribles para ser aceptado. O eras un matón o aceptabas tu muerte social. De ahí que la vida en el instituto fuese una especie de jungla en la que para vivir hacía falta matar a los más débiles que tú. De ahí que yo, un gordo cuatro ojos, un tío que llegó a tener miedo a ir a clase de gimnasia o a salir al patio para no recibir collejas, acabase ejerciendo de agresor. Porque si no lo hacía, porque si no ayudaba a que otros sufriesen, probablemente yo sería el blanco de todo ese acoso. He acosado a niños como yo, o con toda clase de pensamientos y situaciones.
15 o 20 años después, todo eso me avergüenza. No es algo que esté presente en mi día a día, pero tras rememorar esas acciones, me avergüenzo de haber contribuido a un dolor innecesario. Quizás todo ese sufrimiento, todo ese acoso que recibí y que hasta ayudé a cometer me haya ayudado a que hoy sea un adulto con una visión mucho más justa. Quiero creer que todo aquello me ha hecho ser mejor persona.
Hoy escribo estas lineas porque me he enterado de una mala noticia. Un niño se ha quitado la vida porque sufría acoso en el colegio. Con apenas 11 años ha decidido decir adiós a este mundo por culpa de un grupo de niños mal criados. Niños que o bien necesitaban una educación especial por parte de su familia o bien por parte del centro educativo. Niños que estaban empezando a descubrir las normas de la vida, lo que está bien y lo que no lo está. Puede que fuesen ellos los culpables directos de haber llegado a ese punto, pero su comportamiento se forjó basándose en unas normas y prejuicios adquiridos por su entorno.
Aún queda mucho por hacer en este aspecto. Debemos entender que lo que hemos vivido en nuestra infancia, lo que hemos visto con nuestros ojos no tiene por qué ser lo normal. Que tú y que yo lo viviésemos no significa que sea lo mejor para nuestros hijos e hijas. No podemos permitir que las nuevas generaciones sigan generando miedo y hasta fracaso escolar por culpa de unos valores y una educación social mal gestionada.
Hablamos y hasta debatimos sobre lo necesaria que es una asignatura religiosa o que ayude a conocer los valores positivos de la sociedad, pero lo que realmente necesitamos es comprender los problemas y las situaciones internas del grupo escolar. Descubrir qué tipo de vejaciones se están dando en el centro, enseñar a los niños y niñas que deben denunciar esos gestos, los mismos que deberán ser reconocidos y castigados por el sistema educativo y aceptados y respaldados por sus familiares.
Durante años hemos sido cómplices de mantener viva una de las situaciones más bochornosas y dolorosas en la vida de muchas personas. Es hora de pedir perdón, de coger el toro por los cuernos y acabar con este mal. Y sobre todo, es hora de ayudar a esos niños que lo pasan mal en un sitio que debería ser de todo menos un suplicio. Hay que mostrarles amor, cariño y ayudarles a generar confianza y autoestima. Hacerles ver que los más guays de la clase no suelen acabar bien. En mi caso, la gran mayoría de ellos son un fiel reflejo del fracaso escolar, del exceso de sustancias prohibidas y de un bagaje social pobre. No es que haya acabado siendo el hombre más importante del planeta, pero hay gente que me quiere, que me admira y son muchas las personas que me respetan. Y todo ello con mi misma barriga y mis cuatro ojos.
Vamos a empezar a tomarnos las cosas en serio, señorías.