Hacía tiempo que no escribía un post personal en el blog. Es cierto que ya casi apenas escribo en él, y casi todos los posts suelen ser sobre política u opinión, pero hoy necesitaba escribir sobre mí. Diario de un píxel siempre ha sido una pequeña autobiografía, y el suceso de ayer merece estar presente en este blog. Después de 29 años y 7 meses puedo decir que sé montar en bicicleta. Sí, has leído bien, he aprendido con casi 30 años.
Siendo un niño intenté aprender en varias ocasiones, pero una caída tonta hizo que le cogiese pánico a estos maravillosos medios de transporte. Desde hace un tiempo le estaba dando vueltas a volver a intentarlo, pero cierta vergüenza me lo impedía. A veces el destino te da la oportunidad de hacer las cosas a tu gusto, y esta vez fue así. La nave industrial de mi padre está vacía ya que está a la venta, y ha sido un magnífico sitio en el que aprender sin miedo a pasar vergüenza alguna.
Como hago con todo, busqué en internet trucos o consejos para aprender a montar en bicicleta. Leí algunos blogs, eché un vistazo a varios vídeos y me lancé. Mi padre preparó una pequeña bicicleta plegable Torrot que había por el taller y me puse manos a la obra. El primer día, simplemente bajé un poco el sillín y quité los pedales de la bici. La primera lección fue impulsarme con los pies e intentar mantener el equilibrio. En 30 minutos vi que mas o menos iba cogiendo cierta estabilidad. Me fui a casa pensando que iba a estar tirado.
El segundo día, repetí la misma lección y vi que en efecto, más o menos seguía igual. Fui osado y monté los pedales y bueno, no conseguí dar dos veces seguidas a los pedales. Mi gozo en un pozo, de sentirme Indurain pasé a ser un jodido fracasado. Quité los pedales y decidí volver a empezar. Esta vez seguiría los consejos de alguien. Me encontré este blog y decidí seguir su plan de aprendizaje. Bajé más el sillín y en una hora, me daba impulso y me mantenía en equilibrio durante varios segundos. Incluso colocaba los pies sobre el cuadro y hasta tomaba curvas muy abiertas. Me fui a casa pensando que ya estaba a punto de lograrlo.
Una semana después, volví a coger la bicicleta. Hice dos o tres pruebas y comprobé que todo iba genial. Le dije a mi padre que quizás era el momento de colocarle los pedales. Él no lo veía así, en parte porque tenía miedo a verme fracasar y tirar la toalla. Le demostré que sabía guardar el equilibrio y me dio la razón. Pusimos los pedales, me subí a la bicicleta, me di impulso… y pedaleé. Di una vuela a la nave sin problemas. Bueno, es cierto que me costó coger el primer impulso, parar y mantenerme firme al 100%, pero durante un minuto, la bicicleta y yo ya fuimos uno.
Tras varios paseos cortos dentro de la nave, le pregunté a mi padre “¿Esto significa que se andar en bicicleta?” a lo que me contestó “Te queda algo que aprender, pero si, ya sabes”. En ese momento, simplemente fui muy feliz. Había conseguido sacar adelante un proyecto que me apetecía sacar adelante. Fui feliz porque había aprendido a andar en bicicleta, pero también por la sonrisa tonta de mi padre.
Así que dicho queda, ya sé mantenerme en la bicicleta. Prometí que en caso de aprender, restauraría esa antigua bici plegable. Ayer la bauticé como Pasionaria, porque es vieja y roja. Presiento que en breve recibirá un nuevo sillín, nuevos puños, una luz nueva y algunas cositas más. Creo que se lo merece por haber sido oficialmente mi primera bicicleta.
Y aprovecho para agradecer todas vuestras muestras de cariño y ánimo durante este proceso. Sois muchas las personas que me animasteis a hacerlo y que me apoyasteis durante estos días. ¡Gracias de corazón!