Nada más acabar de comer, me he sentado en el sofá, he tirado de Twitter y me he quedado sorprendido ante la noticia futbolística del día en España. El Rayo Vallecano vestirá el año que viene dos equipaciones alterntivas en las que estará presente tanto el lazo rosa contra el cáncer de mamá como la bandera arco iris del movimiento LGBT.
Espera, ¿Estamos hablando de fútbol? ¿Ese deporte de machos alfa en el que parece que nunca ha jugado un gay salvo en contadísimas ocasiones? Eso parece. El Rayo es uno de esos equipos de barrio, muy ligado a su gente, a su entorno. Es un equipo “obrero”, de la clase trabajadora. Quizás por eso entienda de cerca lo que le ocurre a ésta. Ha querido dar visibilidad a una serie de problemas que padece su gente, y lo ha hecho como ha podido. No tienen muchos recursos, pero les ha sobrado corazón para hacerlos. A partir de este año, por cada abono, el Rayo destinará de 1 a 8 euros a ayudar a diferentes asociaciones. Y más allá de todo esto, dará visibilidad a dos causas nobles y justas: la concienciación por la igualdad y el cáncer.
Algunos dirán que es populismo, y otros que es una magnífica campaña de marketing. El caso es que el Rayo encontrará muchas críticas en nuestro país. Claro, hablamos de un país en el que la gente se metía con un club porque llevaba publicidad de Unicef. ¡Qué barbaridad! hacer apología de la solidaridad. Estos independentistas catalanes no tienen remedio. Sin embargo, el Rayo se ha ganado hoy el respeto de buena parte de la sociedad. Ha ganado simpatizantes sin necesidad de desprenderse de su identidad deportiva. La camiseta mantendrá el escudo que ha contemplado 91 años de historia, y en el frente lucirá la publicidad de su patrocinador. Bajo éstas, sólo el negro y el arco iris.
Habrá quien diga que esto es politizar el fútbol. Seguro que hay quien diga una mamarrachada de ese calibre. O quien dirá que estas acciones son innecesarias, y ahí es cuando me reiré. Porque en un mundo en el que un buen porcentaje de la población es homosexual, el deporte profesional es un terreno prohibido para ellos/as. Piensa en la cantidad de deportistas homosexuales que conoces, y la lista será muy, muy corta.
Claro, alguno podría decirme que tampoco están obligados a declararlo, que tampoco van a ir pavoneandose por el campo declarando su sexualidad a los cuatro costados, pero hay que reconocer que la presión mediática sería inmensa. ¿Os imagináis a una superestrella declarándose gay? Aun en el caso de tener una aceptación social, la prensa no pararía de sacar noticias sobre él. Más allá del sensacionalismo, las revistas o periódicos se llenarían de artículos en los que explicarían cómo es la vida del primer balón de oro gay, o cómo es vivir con la presión de ello. O quizás no, pero entiendo que muchas personas no quieran exponerse a esa presión mediática sólo por tener una sexualidad diferente. Y no he querido hablar de las presiones, del rechazo que podrían llegar a encontrar en una parte de nuestra sociedad. O de esas empresas que quizás quieran retirar sus patrocinios.
Sea como fuere, el caso es que el Rayo ha tenido un detalle con una parte de la sociedad que hasta ahora se ha sentido muy excluida. Un detalle que no ha tenido ningún grande de nuestro fútbol. Pero claro, esto ya es otro tema.