Control

Allá por el 79, Joy Division cantaba que ella había perdido el control. 35 años después, es otra la persona que lo ha perdido. Hace unos días hablaba con un buen amigo. Alguien con el que he crecido y me siento muy identificado. Vino a mí al borde del colapso mental, e hice algo que pedía a gritos y no tenía valor a pedirlo. Algo tan simple como ser escuchado. Es un hombre hecho y derecho, pero a veces la vida te pega dos golpes maestros y te hace perder el equilibrio. Ya puedes ser Chuck Norris, que la hostia va a ser monumental.

Me contó sus problemas, uno tras otros. Algunos simples banalidades del primer mundo, otros algo más serios. Uno a uno, los fui escuchando, y me pidió que no opinara, sólo que fuese una persona que se parase a oirle. Durante varias horas, fui testigo de un carrusel de sentimientos. Habló de su familia, de sus amistades, de cómo la vida da vueltas y no entiendes cómo acabas en la otra punta preguntándote “¿Por qué me pasa esto?”.

Habló de trabajo, y de aficiones, pero sobre todo, habló de personas. Sabía que él necesitaba mucho contacto humano, pero no me di cuenta hasta entonces de lo solo que se podía sentir uno estando arropado por la gente. Me habló de cómo la gente puede ser maravillosa sin estar presente. Este hombre, que no es precisamente un crío, me hablaba de lo que es querer a la gente. Comentó el caso de una persona, supongo que una mujer, que había llegado por rebote a su vida y que se había convertido en un básico de su día a día. Y de sus miedos a cuidarla y proteger esa relación, a la cual había otorgado un valor especial. Me asustó su visión. Más que nada, porque me sentí en su piel. Por un momento, pensé que ambos estábamos hechos de la misma pasta, y no pude ocultar mi sorpresa al comprobarlo.

Era bastante tarde, quizás llevábamos tres o cuatro horas de charla cuando me me enseñó su primera sonrisa. De pronto, mi viejo amigo se había quitado una losa de encima. Se sintió con fuerza y valor para pedirme consejo, y la verdad, le confesé que sentía ciertos paralelismos en nuestras vidas. Me despedí y me fui a casa pensando en que quizás sea ahora yo el que lleva esa pesada losa encima. Eso si, tengo una cosa clara que él por desgracia no tuvo.  En mi cabeza hay mil y un sueños. Muchos pueden ser cuentos de hadas y otros, locuras de alguien que ya sabéis no está muy cuerdo. Sean o no posibles, mis sueños son míos, y no puedo ser feliz si no intento hacerlos realidad. Creo que he cometido un grave error durante toda mi vida. Más que una losa, ha sido una mordaza que no me ha dejado expresar lo que realmente siento a la gente que aprecio. ¿La razón? Miedo. Al fracaso o a la risa. Creo que a mis 29 años, es la hora de empezar a decir las cosas tal y como las siento. Porque si no lo hago, no seré realmente quien soy. Y probablemente, explote mi cabeza.

Y creo que hoy es un buen día para reconducir mi error.