Uno no sabe realmente lo cabrón que puede ser un ser humano hasta que no lo ve delante suyo. Por suerte, o por desgracia, las guerras, los conflictos armados, los campos de refugiados y muchos otros ejemplos quedan lejos de nuestra vida. Hay otros rincones que pueden trasladarnos hasta lo peor de nuestro ser. Uno de esos rincones está en el sur de Polonia. Se llama Auschwitz y en el fallecieron más de un millón de personas.
Auschwitz es el símbolo del holocausto. Construido por la Alemania nazi en 1939, este campo recibía a sus prisioneros con una frase ya mítica: Arbeit macht frei, el trabajo os hará libres. Un campo de concentración y exterminio que se quedó pequeño, por lo que tuvo que crearse uno nuevo paralelo a éste. Auschwitz II o Birkenau es el más reconocido por todos. Es el que tiene la entrada con paso de trenes. Y tuvo que hacerse un tercero. Y se construyeron crematorios, cámara de gas y toda clase de barracones para la experimentación humana. Auschwitz es algomás que un rincón de la Polonia profunda. Es una de las mayores manchas negras de la humanidad.
Todo el mundo me decía que ese sitio te cambia. Que Auschwitz deja un mal sabor de boca y una sensación entre lo triste y lo doloroso. Todo el mundo dice salir tocado y emocionado de allí. Una sensación dura que sólo se da en sitios como ése. Esa sensación la sentí nada más pasar el arco de entrada del campo I. Ves la doble valla electrificada, las torres de vigilancia y los pasillos de seguridad y sabes que estás allí. Durante la visita a los diferentes barracones, ves cosas que te dejan KO. Ves maletas, gafas, útiles de todas las clases de miles de ciudadanos que un día entraron allí y apenas ninguno tuvo la suerte de salir vivo. Ves pelo humano, y ves lo que hacían con él. Empiezas a descubrir el auténtico sadismo nazi en el momento en el que tu guía te cuenta las primeras historias reales. Algo te cambia cuando te comenta que, cuando llegaron los sovieticos, encontraron siete toneladas de pelo humano en uno de los barracones.
Empiezas a sentir cierta angustia, que sigue cuando ves las latas de Zyklon B, cuando descubres el paredón del barracón 11, donde hicieron las primeras pruebas de gas en el 41. Y acabas comprobando lo que es el dolor al entrar en la única cámara de gas que se mantiene en pie. Cuando entras a ese habitáculo y te dicen el número de personas que murieron en él, tu cuerpo no responde. No sabes si gritar o llorar, si buscar venganza o perdonar.
Saltas a Birkenau y la sensación sigue siendo horrible. Un lugar en el que el clima es tu enemigo, ya sea invierno o verano. Una explanada llena de barracones, en los que convivían unas 700 personas. Allí estaba el barracón del doctor Mengele, uno de los hombres más salvajes en la historia de la Segunda Guerra Mundial. Ves las letrinas, en las que medio centenar de personas debían hacer sus necesidades juntas, deprisa y bajo la amenaza de los soldados y vuelves a sentirte peor que mal.
Unas tres horas y media de visita a Auschwitz sirven para que conozcas de cerca la maldad del hombre. Cuando acaba la visita y paseas sólo por allí, tu cabeza no para de pensar en el dolor, en el sufrimiento y en mil cosas desagradables. Un mal rato, si, pero necesario para comprender el comportamiento humano. Visitar un sitio así debería ser obligatorio para el desarrollo de la madurez. Me fui triste, o más bien emocionado, con un sabor de boca horrible. Pero era necesario para ver la verdad, que muchas veces es así, dolorosa.