Allá por el 91, mi familia y yo pasamos el mes de agosto en Calpe. Fuimos mi padre, mi madre, mi abuela materna y yo. Mi abuela ya era mayor, tendría unos 80 años. Se encontraba muy bien, con sus achaques, pero nada del otro mundo. Fue un veraneo bonito, con una gran cantidad de recuerdos. Recuerdo que mi padre me regaló un comic de Lucky Lucke… en alemán, y también recuerdo un ferial en el que guardo alguna que otra anécdota. También está presente el recuerdo de mi padre observando el peñón de Ifach, símbolo del municipio, con unos prismáticos. No se de dónde los sacó, pero mi padre se pasó medias vacaciones tirando de este instrumento.
Otro recuerdo es el de mi abuela, que confundía el peñón con su querida Santa Casilda. No nos preocupó al principio, puesto que parecía que era algo muy puntual. Volvimos a Vitoria y las cosas no mejoraron. Con el paso de los días, comprobamos que de vez en cuando, confundía algunas personas. Uno de los mejores ejemplos estaba cuando veía la tele. Confundía a políticos con miembros de la dirección de su empresa. Básicamente creía que Suarez o González eran el capataz o el sindicalista de una fábrica de Vitoria.
Sus olvidos se mantuvieron en límites normales, pero un día, nos dio un susto. Mi abuela salió de paseo y tras muchas horas, seguía sin dar señales de vida. La policía la encontró y la acompañó a nuestra casa. Llegó la hora de ir al médico y saber qué le pasaba. Y descubrimos que su mal tenía nombre alemán: Alzheimer, la enfermedad del olvido. En ese momento, todos supimos que mi abuela Isabel iba a perder la memoria, los recuerdos, todo.
Yo era un niño, así que no supe realmente si fue algo duro o no. Seguro que lo fue, en especial para mi madre, que cuidó a mi abuela hasta el último momento. Si que recuerdo hacerle trabajar la memoria, el cerebro que decía yo. Le obligaba a leerme cosas, a jugar conmigo a las cartas, cosas para que su cabeza estuviese activa. Que se yo, mis razonamientos infantiles me hacían creer que si le obligaba a trabajar su cerebro, éste no se pararía. Mi abuela murió muchos años más tarde. Hablaba sin sentido, sin conocer a nadie de su entorno, ni siquiera a sus hijos o nietos. No le faltó ni una muestra de cariño.
Hace unos días, un vídeo me volvió a traer a la mente a mi pobre abuela Isabel. Se lo comenté a mi padre, con quien nunca había hablado sobre ello. Recordamos aquellos años duros, pero que nos hicieron aprender muchas cosas. Hoy escribo esto porque es el día mundial del Alzheimer. Una enfermedad dura, que quizás no sea dolorosa, pero que es muy triste. Es duro para la familia observar como un ser querido se va olvidando de todo. No es fácil para un hijo o hija el momento en el que su padre o madre no recuerda quién es, ni le reconoce. Puede que el Alzheimer no nos mate, pero nos hace inhumanos. Desde hace años, cruzo los dedos para que esta enfermedad acabe desapareciendo.
En el día contra el Alzheimer, no nos podemos olvidar de una enfermedad que hace eso, olvidarnos de todo. Luchemos contra ella, ayudemos a quienes la sufren.