30 horas. Eso me costó llegar a San Francisco desde la Vitoria de mis amores. Salí una madrugada de martes a miércoles para allí y 30 horas después me hice mi primera foto junto a dos amigos. Así se cuánto tardé en llegar a California. Para mí viajar a los Estados Unidos era un sueño que había tenido desde que tenía 6 o 7 años. Crecí idolatrando a los jugadores de la NBA, a la música americana, por lo que necesitaba pisar aquel país. 25 años me costó pisar aquella tierra. El 12 de enero a las diez y algo de la noche aterricé en América, y media hora después, tras haber hecho el recorrido en un metro casi vacío salí a la calle Market. Recuerdo subir las escaleras del metro con mucha ansiedad, queriendo ver al fin la tierra soñada. Y salí, y me encontré con una avenida enorme, con edificios altísimos y un Mustang blanco aparcado en el parking de enfrente. Junto a la boca de metro había máquinas de venta de periódicos, y justo en ese momento un viejo tranvía pasó, y yo contemplé como se iba. Aunque fuese una estampa común y diaria, para mí fue como ver el paraíso por primera vez. Me emocioné.
Estaba en San Francisco, en un hotel clásico y muy americano, con máquina de hielo en un cuartito en el comienzo del pasillo. La tele tenía la ESPN, y todos los canales estaban en inglés. Conseguí dormir pese a la excitación y a las ganas de disfrutar de esa ciudad y ese país. Al fin y al cabo, estaba viviendo un día de 30 horas en el que no había parado de viajar. Y 6 horas después sonó el despertador, y desayunamos en el clásico bar de desayunos yanqui. Y visitamos Alcatraz, el centro, Chinatown… Y al día siguiente, ya con nuestro coche, fuimos a conocer el gran Golden Gate, y Sausalito, y el Golden Gate park. Estuve en el barrio donde nació el movimiento hippie, y en el barrio gay más conocido del mundo. Incluso me fotografié delante de las casas donde vivía la familia de Padres forzosos. Apenas fueron tres días, pero fueron tres días muy, muy intensos.
Y todas las noches, antes de dormir, perdía una hora de sueño. Cogía mi portátil, mis cascos y salía al pasillo. Encendía el el ordenador y me ponía a hablar con la persona que por entonces amaba. Recuerdo estar sentado en el suelo, acurrucado en una esquina e intentando hablar en voz casi baja para que nadie me echase la bronca. Hablábamos de mi vida y de la suya, de cómo nos había ido el día. Ella me decía lo mucho que me quería, y yo le contestaba con palabras similares. Me despedía y me metía a la cama a dormir un puñado de horas, nunca más de 5. Perdía todos los días una hora para descansar, pero ganaba una hora de felicidad. Apenas había arrancado mi viaje, pero no necesitaba mucho más para saber que estaba viviendo algunos de los mejores días de mi vida hasta la fecha.
Los que me conocéis en persona sabéis que me encanta hablar de mi viaje, pero apenas había escrito sobre él. Quizás sea porque me cuesta describir aquellos momentos y los sentimientos que los rodeaban. Hubo muy buenos momentos, y por desgracia también hubo algunos malos. Tengo escritas unas 20 páginas contando todo el viaje, pero aún no me atrevo a enseñárselas a nadie. Y bueno, tras la vuelta a casa sucedieron una serie de cosas que, dejémoslo hicieron que mi vida se volviese loca. Llevo ya algún tiempo diciéndome que he de volver a San Francisco. De hecho, alguna vez he bromeado diciendo que me dejé la felicidad en aquella ciudad. Sea lo que fuere, aquellos días hicieron que me enamorara de aquel rincón de California. No se si volviendo recuperaré la felicidad. Lo que si sé es que algún día volveré. Y escribiendo este post he cumplido con algo que me había prometido hacer desde hace tiempo, que no es otra cosa que escribir este post desde el corazón. Algún día puede que vuelva a contaros alguna anécdota del viaje, si queréis.