Cuando visitas la ciudad de La Valeta, notas como el tiempo parece no pasar por allí. Es como si un día los relojes se hubiesen parado, y la vida de esta ciudad fuese la misma que hace 20 años o hace medio siglo. De hecho, puede que los calendarios marquen que vivimos en el siglo XXI, pero en La Valeta viven en un mundo paralelo. Allí la vida lleva otro ritmo. Un ritmo impuesto por su gente.
Las calles lucen vetustas, con aceras de piedra que vivieron tiempos mejores. Las fachadas son idénticas la una de la otra, y como mucho se diferencian por el color de los balcones o galerías. Entre las dos aceras cuelgan decenas de cable de electricidad y de teléfono, y entre estos no es difícil encontrarte luces de fiesta que perduran en el tiempo. Los mayores salen a los balcones para ver pasar a la gente. Los niños juegan correteando por las calles como lo hacían en nuestros pueblos. En los tejados no se ven parabólicas, ni hay equipos de aire acondicionado pegados a las fachadas. Las mujeres se reúnen frente a las casas para hablar de sus cosas, y dos jóvenes arreglan una vieja scooter en un portal. En la costa, los pescadores cogen sus barquitos para ganarse el pan. Un grupo de monjas pone rumbo a su convento. Los guardias del palacio presidencial hacen guardia sin moverse ni un solo milímetro, y los turistas se acercan a ellos para hacerse la foto de rigor.
Cuando cae el sol, los balcones se llenan de gente en busca del frescor del atardecer. Mujeres, ancianos o niños salen a las ventanas y ven pasar a los vecinos o a los pocos turistas que ya quedan por la calle. Los hombres debaten sobre cualquier cosa en la calle acompañados por algún cigarrillo o cerveza. Las tiendas cerraron hace un par de horas. Las calles se vuelven oscuras. Apenas hay farolas, y la mayoría de la luz proviene de los coches que pasan lentamente. Una campana repica en honor a los caídos en tiempo de guerra, y a ésta le acompañan otras tantas de diferentes iglesias que marcan la hora.
Así es La Valeta, un monumento gigante que guarda un tipo de vida antiguo, que no peor. Una maravilla para los que vivimos en las urbes donde hay atascos, polución y ruidos por todas partes.