A medida que me hago mayor echo mucho de menos un periodo de mi vida. Echo de menos mis primeros años de vida, los días de la escuela. Era un mocoso, y no tendría ni voz ni voto en la sociedad, pero al menos ésta no me apretaba el cinturón ni me amargaba la vida. En los días de escuela no había sitio para primas de riesgo, ni para crisis, paro o cosas por el estilo. Nuestra única preocupación era pasárselo bien en el patio del colegio.
Los días de escuela… días para pelarse las rodillas jugando al fútbol o cayéndote de un columpio. Horas y horas jugando al escondite o al pillo pillo. Donde no había tráfico de drogas. Si acaso había de cromos, y éstos no nos costaban más de un duro cada uno. Horas de recreo en las que devorábamos Phoskitos y bocatas de Nocilla. ¿Te acuerdas de los Phoskitos? ¿Y de los Bollycao? ¿Y de los Bimbocao? y de las monedas de cien pesetas (¡20 duros!) que nos daban nuestras madres, padres o abuelos para comprar chuches. ¿Os acordáis de los flashes? de 15, de 20 o 25 pesetas. Los flashes eran los helados de la clase obrera. Y los chicles de 5 pesetas de fresa con pegatinas de la liga de fútbol o de la peli de moda. Y los chicles Cheiw, los Boomer…
Echo en falta los maratones de series que me daba en las mañanas de verano en las teles. Todas las cadenas tenían programación infantil. Ahora eso pasó a mejor vida, o bueno, a la TDT. Recuerdo despertarme a las 10 y disfrutar de horas y horas de series en Antena 3. ¿O es que ya no te acuerdas del club Megatrix? ¿Y de series como Punky Brewster, California Dreams o Cosas de casa?
Lo peor es que nuestros recuerdos más concretos se van perdiendo con el tiempo. Hace unos días eché la vista atrás buscando buenos momentos de aquellos tiempos, y la verdad es que ya no guardo muchos. Si tengo uno que posiblemente sea uno de los mejores recuerdos de mis días de escuela. Estaba en primaria, posiblemente acabándola. Tendría unos 9 años cuando un día en la asignatura de Lenguaje nos pidieron que redactásemos un cuento. Una historia con su inicio, su desarrollo y su final. Cada uno en una página. He de reconocer que desde crío he disfrutado escribiendo, así que para mí aquello no eran deberes sino más bien un placer. Escribí una historia sobre astronautas muy parecida a la del Apolo XIII. Presenté el cuento junto al de mis compañeros a la profesora. Días más tarde, la profede Lenguaje volvió comentándonos que de todos los cuentos había uno en concreto que le gustó muchísimo. Uno que estaba muy bien redactado, y que cosas, era el mío. Es posiblemente uno de los pocos reconocimientos que he tenido a mi trabajo en mi vida, y sin duda alguna fue el primero de todos. Ella me pidió que saliese a la pizarra y lo leyese a mis compañeros. Sin duda alguna, es uno de mis mejores recuerdos de la escuela.
Que bonito era todo aquello. ¿Te acuerdas?