Mira que ha habido grandes mujeres a lo largo de la historia. Autenticas señoras que han demostrado que las mujeres son increíbles. Miras atrás y te encuentras a Juana de Arco, a Marie Curie… grandes nombres de grandes mujeres. Pues bien, la grandeza de la mujer se fue al carajo el día en el que se inventaron los supermercados. Si, porque la mujer se merece un monumento en cada uno de los municipios de este país y parte del extranjero. Sacan adelante la casa, crían a los hijos, luchan más que nadie… y sin embargo no saben hacer frente a la cola de un súper. Toda la evolución que han tenido para llegar allí.
Mirad, los hombres somos incapaces de poner una lavadora. Sabemos controlas súper servidores de comunicaciones, pero llegamos a casa y dependemos de mamá para poner ese electrodoméstico del pleistoceno. Somos incompatibles con los electrodomésticos, como las mujeres lo son con las cajas del súper. Porque a ver, vayamos desenmarañando el funcionamiento de una mujer estándar frente a esa situación. Ella llega con su carrito y coloca todo sobre la cinta de la caja. Llega la señorita cajera: buenos días, ella le responde. La cajera empieza a cobrar productos y dejarlos al otro lado. ¿Que haría un hombre? los mete en el carro y a correr. ¿Qué hace una mujer? pide bolsas y empieza minuciosamente a embolsarlo todo. No sé quien será la persona con mayor puntuación en el Tetris, pero si que se una cosa: tuvo que ser mujer. Porque lo que tú consigues meter en 4 bolsas, una mujer lo mete en media. Total, que la caja se llena de productos que se apilan esperando que sean embolsados. 3 minutos después llega la hora de la verdad, esa en la que la señorita encargada de la gestión del cobro de productos, también conocida en la calle como la cajera, dice la suma total de lo que hay que pagar.
¿Reacción de la mujer? seguir embolsando durante unos segundos. De repente se da cuenta de que todo eso que se lleva no se lo van a dar gratis, así que se da cuenta de eso y de otra cosa: que no ha pasado la tarjeta de puntos. Entonces se lo comunica a la cajera y da el siguiente paso, diseccionar su bolso. No sabía que tenía que pagar, le acaban de sorprender, por eso se pone ahora a buscar por su bolso la cartera. Busca y rebusca, saca el carterón donde tiene 3500 tarjetas, incluyendo la del Simago que ya no existe pero que aun la tiene ahí dentro. Total que se pone a buscar la tarjeta de puntos, saca la de Carrefour, la cajera se queda a cuadros: está en el Eroski. Total, que sigue la búsqueda, encuentra la tarjeta y se la da a la cajera. ¿Finalizado? no, falta pagar. Busca la tarjeta, un minuto después la encuentra, se la da a la cajera y no sigue embolsando, espera a que tenga que firmar o tenga que meter el pin. Los que hacemos colas empezamos a lanzar miradas asesinas, pero eso no cambia nada. Total, que llega el turno del hombre soltero, que compra la mitad, embolsa sin pensar y casi antes de decirle el total ya ha presentado la tarjeta de crédito. Que esa es otra, que si paga en metálico aquello puede ser la apoteosis:
-¿Cuanto me has dicho que era?
-79 con 63, señora.
-Espera, espera… que creo que tengo los 63.
Y los tiene, vaya que si los tiene. Busca por el bolso o va a casa y se trae los 3 céntimos que le faltaban. Lo siento, chicas, pero lo vuestro nunca ha sido esto. El tiempo medio de este proceso se mide en legislaturas, hay señoras que votaron a Suarez, fueron a comprar al rato y aun siguen buscando las 63 pesetas para darle justo. También hay que reconocer que nosotros tampoco somos perfectos, cuando nos jubilamos nos volvemos igual. Ni gritando que acaban de empezar una nueva obra en el barrio reaccionan. Mira que las queremos, y mira que son buenas, pero lo siento, no pagar no es cosa de ellas. Por eso, el mejor amigo del hombre es la caja automática de la Fnac.
(Y que nadie se me pique, que esto no va con mal rollo :P)