Cuando era un crío recuerdo que me encantaban los periodos de campaña electoral. Para mí no eran más que unos días en los que unos señores muy amables me regalaban tonterías por la calle. A veces caramelos, otros un bolígrafo, otras veces un globo… no sabía por qué me los daban, tampoco lo necesitaba, la verdad. Pero me hice mayor, y con ello perdí la inocencia. Ahora no aguanto las campañas electorales, sean del tipo que sean. Y pese a que estas han cambiado, y el nivel de propaganda ha disminuido considerablemente, lo cierto es que desde hace un tiempo pienso que no sirven mucho. No es algo que se me haya ocurrido ahora, más bien es un razonamiento que lo llevo trabajando desde que cumplí la mayoría de edad y tuve la ocasión de votar por primera vez.
Vayamos por partes. La gran mayoría del electorado español es bipartidista, como en fútbol. Nacen y mueren de un color, por lo que modificar su ideología suele ser difícil, mas bien hay que potenciar su asistencia a las urnas. Por otro lado están los que van decidiendo su voto según lo bien o mal que lo haya hecho el partido que votaron anteriormente, o el que esté en el gobierno en ese momento. El voto indeciso que decide su voto a lo largo de los últimos años de mandato no necesita de mucha propaganda, o apoya o castiga, pero su decisión no se basará en lo que le digan un puñado de panfletos. Finalmente, los indecisos hasta el último momento… la verdad es que no creo que la propaganda les ayude a decidirse, sino mas bien las declaraciones de los candidatos.
Entonces, ¿para qué sirve la propaganda electoral? es la pregunta que me he ido haciendo los últimos 6 o 7 años. Son muchos millones invertidos en publicidad, en crear productos. Una fuerte inversión para algunos sectores. Como tal no genera casi empleo, puesto que los que distribuyen ésta suelen ser en su mayoría voluntarios del propio partido. Algunos dirán que acerca la papeleta al buzón de un posible votante, pero la mayoría de españoles sencillamente tira el sobre sin abrir al ver que no va a votar a esa agrupación.
Si os fijáis, es cierto que ha disminuido considerablemente la publicidad electoral. Es raro encontrar octavillas por el suelo, o carteles pegados en las paredes o ver publicidad en la tele. Vivimos en 2011 y nuestra base ideológica, o la de la mayoría al menos ya está fundada. En 1977 éramos unos novatos, y nuestro ideal político estaba aun por desarrollar. Había mucha gente que convencer, todo lo contrario que hoy.
¿Soy el único que ve la publicidad como algo obsoleto? ¿El generar mucho ruido sigue valiendo para rascar votos? hace 3 años, entre PP y PSOE se gastaron cerca de 30 millones de euros en potenciar su imagen, una cifra nada humilde en tiempos de crisis. Eso si, nada que ver con el presupuesto que Michael Bloomberg ha destinado en los últimos años para ser alcalde de Nueva York y obtener la reelección. Se estipula que el magnate de las comunicaciones invirtió 300 millones de dólares en sus últimas campañas electorales. Tiempos de crisis…
Es cierto que los votos que uno puede conseguir arrastrar en una campaña electoral mediante la publicidad son pocos, muy pocos. Algunos más, dependiendo del carisma del candidato, por sus apariciones en televisión, los debates y, especialmente, por los cortes de 20 segundos del telenoticias.
Entonces, ¿por qué se hace? Por algo que llaman “pulsión electoral”. ¿Te acuerdas cuando la “pillada” a Zapatero tras la entrevista a Gabilondo, cuando dijo lo de “a nosotros nos viene bien la tensión”? Se refería justamente a esto. Tensión no como enfrentamiento sino como sensación de estar jugándotela.
Es importante que la gente tenga esa sensación de que “hay que ir a votar” de que las elecciones están cerca. Y es con eso con lo que consigues que la gente se acerque hasta la urna. No tanto el hecho en sí de que te vote a ti, sino el hecho de que vote.