Ayer no tuve un buen día. Y lo peor de todo es que cuando el día llegaba a su fin, una llamada rompió el silencio de mi hogar. Me llamaba mi familia materna de Navarra, unas personas a las que veo de higos a brevas pero a las que aprecio mucho. Al descolgar, la voz de Ana no sonó como de costumbre. Si lo normal es que la voz de esta prima lejana suene a alegría, esta vez sonaba a algo diferente. No se le notaba como de costumbre, y con razón puesto a que me iba a dar una mala noticia: la muerte de su padre.
Cuando escuché que Fermín había fallecido, mi día se volvió más triste aun. Como he dicho antes, no es la clase de familia a la que veo a menudo, pero le tengo un cariño especial. De hecho, es la única parte de mi familia materna con la que tengo contacto. El cariño que esa gente ha desprendido hacia mis padres y hacia mí ha sido increíble. Querían mucho a mi madre, y fueron de los familiares que más sintieron su perdida.
Fermín era primo carnal de mi madre, y pese a ser a primera vista una persona seria, lo cierto es que no lo era. Trabajó toda su vida en la fábrica de cemento de su pueblo, labor esta que compaginaba con sus aficiones, entre las que se encontraba la de proyeccionista de cine. Pero si había una afición por encima de todas, ésta era sin duda la fotografía. El primo de mi madre se pasó media vida compaginando su trabajo en la fábrica con la fotografía. Muchos bautizos y muchas bodas de la zona fueron captados por la cámara de Fermín, que sin ser un fotógrafo de profesión lo era de corazón. Fue él quien me pegó el gusanillo por la fotografía. Nunca me enseñó nada, ni tuvimos grandes charlas sobre la fotografía, pero su pasión por ésta me caló desde muy joven.
Por eso, hoy quise tener un recuerdo a esta gran persona. Que este post sirva de homenaje a la persona que hizo que amase la fotografía. Descansa en paz, Fermín, te echaremos mucho de menos…