Miré debajo de la mesa y no estaba ahí. Seguí buscando por sitios ocultos, como detrás de las cajoneras de la oficina o en el cuarto de baño. Tampoco encontré nada por ahí. Pregunté al conductor del autobús por si la había visto, pero él tampoco me dijo nada. Llegué a casa y seguí mi búsqueda. Miré por la cocina, por el salón y busqué minuciosamente por cada rincón de mi dormitorio. Muchas veces la encontré en la cama, pero esta vez no estaba allí. “¿Dónde te habrás metido?” me preguntaba una y otra vez.
Tras un buen rato de búsqueda, tiré la toalla y me di por vencido. Agarré un abrigo y me fui a pasear por el parque que hay junto a mi casa. Un paso hizo que me calmase ante tal perdida. No es que fuese a llorar, pero aquella perdida, sin ser dolorosa me llegó a afectar. Pese a intentar olvidarme de ella no pude resistir a preguntar a algunos habituales del parque por si la habían visto. Ninguno supo darme una sola pista. Comenzó a llover y fue el momento en el que decidí volver a casa.
Ya en casa, tras colgar el abrigo de paño me fui a sentar al sofá del salón. Me di cuenta que sobre él estaba mi teléfono, lo cual indicaba que no me lo había llevado al paseo. Tampoco es que lo echase de menos durante la caminata. Como de costumbre abrí Twitter y allí me encontré un tuit de mi amigo Adolfo. Junto a él la inspiración, la cual sin decir ni pío volvió a mi vida.