Hace ya unos meses hablaba sobre la importancia que a veces tienen las pequeñas cosas en nuestra vida. Fue un post que pasó sin pena ni gloria, pero que aun lo recuerdo bien. Hace unos días, haciendo limpieza en mi habitación me encontré un tornillo con su correspondiente arandela. La verdad, llamaba la atención porque era realmente grande, de unos 10 centímetros. Según lo vi recordé la historia que guardaba para mí. Para ello, debemos remontarnos al 2008, un par de meses después de aquella historia que también os conté. Si claro, la de aquel fin de semana precioso junto a la chica de mis sueños. Aviso desde ya que esta historia no va de soñar sobre tornillos.
Bueno, la cosa es que tras aquel fin de semana y tras un mes sin apenas saber de ella acabé pasando unos días en Barcelona. Si, en el mismo hotel de la historia que tanto os gustó. Yo seguía profundamente enamorado, y el rollo que manteníamos era el clásico en el que siempre hay un punto ñoño. Recuerdo que junto al hotel estaban haciendo unas zonas verdes, las cuales estaban aun en obras. Un día festivo pasamos junto a aquellas obras y ella cogió dos tornillos de una caja donde había bastantes. Uno se lo quedó ella y otro me lo traje a Vitoria. Ese souvenir tan basto ha perdurado en mi casa siendo una referencia física a un bonito momento de mi vida. Si me fijo más en mis cosas seguro que encuentro algo parecido. Son esas marcas que necesitamos para no olvidar el pasado, tan útiles como una foto o un video. Seguro que si os esforzáis un poco recordaréis algún objeto parecido en vuestras vidas. Esto no hace más que confirmar mi teoría en la que la vida se divide de pequeñas cosas, de pequeños gestos que hacen algo grande en si. Y como casi siempre, la culpa de muchas de mis reflexiones la tiene la música. Esta vez en concreto la tiene el maestro Joan Manuel Serrat. Ya os imaginaréis por qué canción…