Lunes, 23 de agosto de 2010, ocho y diez de la mañana, acaban de finalizar mis vacaciones de verano. 15 días después vuelvo a la rutina, al despertador sonando a las 7 de la mañana, desayunar medio dormido y pisar una oficina en una hora en la que tu cuerpo te pide volver a la cama. Vuelvo a la cruda realidad, pero eso no tiene por qué ser malo. Porque abandonar la playa, la fiesta y los buenos momentos vividos durante las vacaciones es duro, pero peor es no desconectar de ello.
Las vacaciones son para mí el equivalente a un buen amor, me gusta disfrutarlas en el momento e intentar olvidarlas lo antes posible cuando pasan. Si alargamos en nuestra cabeza esos días lo pasamos francamente mal y lo mejor es hacer borrón y cuenta nueva. Y aceptémoslo: en nuestro día a día también ocurren cosas buenas. Si, trabajar a diario no es la mayor felicidad del mundo (o si, preguntádselo a un parado/a), pero en los fines de semana también encontramos momentos inolvidables. De hecho, mis mejores momentos personales no han llegado en vacaciones sino en días normales. Además, no le hemos dicho un “hasta siempre” a las vacaciones, ha sido un “hasta pronto” que tarde o temprano llegará, sólo nos queda esperar.
No pensemos en las próximas vacaciones, pensemos en disfrutar del tiempo que nos separa de ellas, de los buenos momentos que han de llegar durante el año que nos separan de éstas. Yo pienso en los buenos fines de semana que han de llegar, en todos los abrazos, amoríos, conciertos y demás eventos que voy a disfrutar durante los próximos meses. Pensad en ello, yo lo acabo de hacer y mi cara larga ha dejado paso a una leve sonrisilla que bueno, no es gran cosa, pero es un buen comienzo. Os invito a que vosotros hagáis lo mismo, mirad hacia adelante y no hacia atrás. Si tras hacer esto os sentís mejor hacédmelo llegar, me alegrará leerlo ;-)